¡Hola, a todos y a todas!
Aquí estoy de nuevo, para hablar sobre esto a lo que llaman cine. Primero de todo, deciros que llevo unas cuantas semanas sin escribir, reflexionando sobre algunas cosas que me habéis dicho los lectores, entre ellos mi querida esposa… ¡Vanesa, un besazo, cariño!
Me decís que mis artículos están bien, pero que son pesimistas, que me quejo de todo y -lo más importante y en lo que han coincido varios lectores- que sólo me quejo pero que, realmente, no argumento mis quejas. ¿Pues sabéis que os digo? Que dejéis de leer ahora mismo, ¡desde ya!, que dejéis de leer -¡venga, parad, no leáis más!-, porque para leer así prefiero que no lo hagáis… ¡Fuera, adiós, fuera!
¡Ah! ¿Aún estáis ahí? Veo que os gusta sufrir… Pues si vais a leer este artículo, parad un momento y volver a leer los otros, pero bien leídos, con atención, y veréis que en todos ellos argumento perfectamente mis quejas y, por supuesto, sigo manteniendo que los remake son una porquería y un insulto al arte, que el 3D es basura y una falta de respeto al maestro Griffith y que el cine para mí no es una diversión, sino un miembro más de mi cuerpo y que es mucho más serio de lo que muchas veces se considera.
¡Ahora sí! Si estáis preparados, aquí va mi artículo de hoy.
Como diría nuestro amigo Johan Cruyff, el cine ya no nos pone la gallina de piel, al menos a mí, y os voy a poner ejemplos: Hemos cambiado historias de amor que sobrepasan fronteras, como las de Paris, Texas, a ñoñadas de Amaneceres vampirescos; de historias épicas a lo Guerra y Paz, a tonterías vacuas como las de Australia; nos reímos con Torrente y ya nadie dice Un, dos, tres con Billy Wilder; hemos pasado de la sobria majestuosidad de films como La jungla de asfalto a tíos disparando con la mano torcida hacia arriba y diciendo “¡JÓDETE, CAPULLO!” (¡Pedazo de diálogo!); hemos pasado de soñar con niños en bicicleta transportando extraterrestres, a niñatos matándolos.
¿Que aún no os dáis cuenta? ¡Pues tenéis que ver más cine, camaradas lectores! El cine se está apagando, pero no me malinterpretéis: se rueda bien, técnicamente hablando; se recauda mucho dinero y se elaboran unos planos, a veces, perfectos. Se dedican horas y horas de rodaje -en ocasiones con buenas interpretaciones- para obtener escenas vacías, vacías de aquello que es la esencia del cine: los sueños y la vida misma.
Se acabó el salir del cine pensando que el mundo es mejor de cuando entré en la sala, gracias a historias llenas de amistad, aventuras y amor: buscadores de arcas con látigo o gatas sobre un tejado de zinc, diosas comprando en Tiffany o guerreros vestidos de verde robando a los ricos para repartirlo entre los pobres… Todo eso se desvanece por mor de niñatos malcriados por una sociedad capitalizada o a través de la violencia sin ton ni son. Pero, ¡cuidado!, que a esa violencia se le pasa a llamar pelis-de-tiros-de-pasar-un-rato-comiendo-palomitas-más-caras-que-bogavantes. ¡Hay que joderse! Con la antiviolencia tan maravillosa que tenían las pelis de tiros de James Cagney dirigidas por William A. Wellman, por ejemplo.
Y también, paradójicamente, también se van aquellas películas inquietantes, llenas de crítica social, no a lo cutre y light de ahora, estilo Gal, sino a lo cañero. Me refiero a Las uvas de la ira o Johny cogió su fusil o JFK, etc. Nos estamos conformando con productos superficiales, con muchos efectos especiales y demás, pero sin alma ni lágrimas.
Tengo que decir que, de vez en cuando, sale algo bueno, como El diablo bajo la piel o Mistic River… ¡Pero son tan pocas, entre tantas y tantas producciones que nos llegan!
El problema es de la cultura en general. Lo que ocurre es que, como dice mi amigo Rafa Rodríguez, al cine le pasa como al fútbol, que todo el mundo “entiende”, y eso ha llevado a una falta de interés por la verdadera calidad cinematográfica y a pensar que sólo es una diversión y ya está, como si el cine sólo sirviera para quitarnos el rollo del día a día… ¡Y que, a veces, es así! Pero, en realidad, es algo mucho más profundo y filosófico.
El cine es arte y como tal hay que entenderlo y luchar por protegerlo, cosa que no hacemos. Como ya he dicho en alguna otra ocasión, el cine -a pesar de que se prohíben tantas cosas- el cine está indefenso. Cualquier cosa se permite en el nombre de la libertad, pero eso supone caer en una trampa, porque por esa misma libertat se tiene que proteger al cine de las vanalidades que, a veces, ofrece la libertad; en vez de hacer más caso de las personas que aman y estudian el séptimo arte.
Bien. No está mal, para ser el primer volumen de este año, ¿no creéis? Supongo que, los de siempre, me criticaréis y todo eso, pero si véis algunas de las escenas de las buenas pelis que os dejo, a lo mejor os pasáis al lado oscuro de mis Lágrimas de celuloide.
¡Quien no se estremezca y no vea a Dios con esto, no es humano!
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¿Quién no se levanta de su butaca para irse con ellos en bici? ¡Y qué música!
¿Quién es más chulo que él? ¡Y que escena más violenta, sin violencia!
¿Dónde estará este Oliver Stone ahora?
Hay muchas más, por supuesto, pero ya las iremos viendo a lo largo de un viaje en el que espero que me acompañéis y en el que andaremos por un suelo de cuadros junto a Dorothy, un león, un hombre de hojalata y un espantapájaros…
NOTA: SI HE PROVOCADO ALGÚN MALESTAR A ALGUIEN CON MIS PALABRAS HA SIDO TOTALMENTE INTENCIONADO, Y SI DESPUES DE LEER ESTO Y VER DICHOS TRAILERS DE ESTAS OBRAS MAESTRAS NO HAN SENTIDO NADA ESPECIAL AL VERLAS, PREFIERO QUE NO VUELVAN A LEER MIS ARTICULOS, Y SIGAN VIENDO A LOS VAMPIROS PIJOS, A ADAM SANDLER O A JIM CARREY HACIENDO EL IMBÉCIL Y GANANDO 10 O 15 MILLONES DE DOLARES, PORQUE NO SE MERECEN OTRA COSA.