Hola camaradas… ¡Muy buenos días!
Iba a empezar este artículo llamándolo “La muerte del cine tenía un precio”, pero finalmente he decidido titularlo con el precio que cuesta entrar en una sala de estreno, sin más. El porqué de esto, a continuación.
La idea de este artículo nació gracias a un amiguete (como cariñosamente llama Santiago Segura a sus allegados) al que a mi me gusta llamar Francisco. Últimamente él y yo hemos discutido cordialmente sobre nuestra común afición, el cine. Por motivos de trabajo y de tiempo yo apenas dispongo de ocasiones para acudir a un cine. Y me he percatado de que cuando lo hago filtro mucho entre las ofertas de la cartelera y me acabo decantando siempre por películas de entretenimiento del estilo La Jungla de Cristal. (En la última entrega de esta saga, por cierto, observo que hay una escena en la que tanto un coche como un helicóptero parten desde Moscú en dirección a Chernobyl. Para mi sorpresa, ambos vehículos llegan a su destino al mismo tiempo. No alcanzo a comprenderlo. Entre las dos ciudades hay 970 kilómetros de distancia y llegan simultáneamente en una sola noche. Curioso, como mínimo. Pero prosigamos con nuestro tema inicial. Gracias a mi amigo he descubierto el motivo de estas líneas.)
Francisco me recomienda una serie de películas que, según su criterio, son estupendas. Yo, que confío en su criterio, acudo a una sala de cine con la lista que me ha pasado y selecciono una de ellas de las expuestas en la cartelera. Me dirijo a la taquilla donde una señorita muy simpática me informa que son 9.90 euros por entrada. Mi hipotálamo segrega en ese momento unas sustancias que me hacen replantear mi decisión de adquirir el tíquet.
La cuestión radica que un filme como Amour, de Michael Haneke, o uno de Woody Allen, al tratarse de producciones sin grandes efectos especiales o visuales, sin acción, puedo descargarlos para verlos en casa sin perderme gran cosa. Y claro, se trata de 9.90. Así que cambio de opinión y le pido a la chica que me cambie las entradas por una película tipo Rambo 34. Así dejo de ver en una sala de cine largometrajes de autor a cambio de poder disfrutar en pantalla grande de ruidos ilimitados sin molestar a mi vecino. Y así se crea una tendencia.
Lo que quiero transmitir con este razonamiento es lo siguiente: creo que se está perdiendo el norte con el precio de las entradas de cine. Primero: el cine de toda la vida es un entretenimiento cotidiano. Yo puedo entender que la entrada de un parque de atracciones o para el concierto de un grupo musical cueste 40 euros ya que la mayoría de nosotros acudimos a este tipo de eventos o lugares una o dos veces al año. Pero el cine, queridos amigos, no responde a este planteamiento.
Id a ver Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore y entenderéis lo que quiero decir. El cine es parte de nuestra existencia, está presente en todas las etapas de nuestra vida. Cuando somos peques vemos dibujos animados, de adolescentes filmes de acción o similares. Cuando nos enamoramos acudimos con la novia después de una buena cena. Y así sucesivamente.
Estamos atravesando una época de crisis y todos debemos apretarnos el cinturón. Incluidos los distribuidores, directores, actores y en general toda la industria cinematográfica. Si otros sectores lo están haciendo éste también debería. Quizá las subvenciones para directores como Almodovar o Amenábar, que no las necesitan, se tendrían que destinar a las salas de exhibición. También sería una opción presionar al cine de Hollywood para que bajen sus cuotas o algo por el estilo. No se puede pagar 9.90 euros por una película. Es una locura.
Mi reflexión me lleva a concluir que esos pequeños filmes, que en el fondo son grandes filmes, cuestan más de ver por las razones que he mencionado antes. De entrada ya cuesta que un film independiente tenga salida en salas comerciales, imagina que encima cuesten 9.90€. Añade que en una gran ciudad como Barcelona solo estén expuestas en un par de salas durante una o dos semanas. No tienen salida ni pueden competir y eso desembocara en el fin de ese tipo de cine. Acabaremos tragando palomitas y películas de acción tontas. La poca calidad que tienen esas producciones también se
perderá porque se convertirá el cine en una especie de churrería. Hay quien me dice que se puede ir al cine el día del espectador o acudir a la filmoteca y ya está. A lo que yo respondo que quiero ir la cine cuando me de la gana a un precio razonable para poder ver de todo.
En definitiva, que últimamente estoy viendo menos cine que nunca. Y no por falta de ganas, sino por los dichosos 9.90 €.
Recuerdo con nostalgia aquellas sesiones dobles por 100 pesetas en cines de barrio con aquellas películas memorables, como constantemente nos recuerda Tarantino, cuando el cine era una evasión constante al alcance de todo el mundo y aún no se había convertido en lo que es hoy: un negocio para capitalistas.
Amigo Francisco, algún día me pondré al día con todas las pelis que me estoy perdiendo y será en el cielo con nuestra Sarita Montiel, en paz descanse. Ella sí que lloraba Lágrimas de celuloide.